pelaje

 

Quizás el concepto clave para el último trabajo de Gabriela Gutiérrez sea el de reconstrucción. No es casual que a esta palabra la ligue inmediatamente con la palabra resto. Entre el resto y la recuperación hay más de una relación inminente: ambos conceptos-palabra se alimentan, se presuponen, alternan posiciones en el orden del discurso, en el orden de la obra. O en el desorden de ambos. ¿Por qué el trabajo de una artista como Gabriela Gutiérrez gira en este presente alrededor del pelo? Pelo tejido sobre alambre, pelo integrado al cuadro y a la tela, pelo en contigüidad con la piel, elementos de superficie del cuerpo humano-animal. El centro se instala como núcleo ordenador de la mirada y el rodeo. Pero hay residuos, lo que no fue instalado, lo que se sustrajo a la colocación, que integran en la obra de Gabriela Gutiérrez un espacio, un pasaje que intercomunica con ese centro precario de lo que se instala. De modo que el pelo, una figura que es parte de una totalidad –fragmentada como concepto en el presente también fragmentado-, se instala como un todo alrededor del cual circulan los cuerpos, rodean los cuerpos y las miradas –otro momento de la totalidad del cuerpo. Lo que plantea Gutiérrez es una cuestión acuciante: en el desmantelamiento del orden del mundo que plantea el arte, que es un desmantelamiento de sí mismo, no se sabe cuál es el objeto prioritario, el que hay que tratar, el que se señala como referente. Del mundo al cuadro y del cuadro al afuera de él. Lo mismo: del cuerpo a la parte y de la parte a su afuera, que es todo, o que es el todo que reintegra las partes. De ahí que Pelaje sea algo que se expone para señalar su afuera, su segundo grado –en esto hay un valor en juego: el cuestionamiento del orden, de la estructura, de la primeridad otorgada al arte por un idealismo estetizante muy caro al rezago latinoamericano que no sabe vivir sin esa certeza –que ya no existe-a la que confunde con promesa de eternidad. Pelo es lo que se pierde, lo que cae, lo primitivo, lo que no tiene técnica. Como elemento de segundo grado, la reconstrucción del pelo es la recuperación de lo residual, de lo caído, de lo que se ofrenda –en su tejido- a una memoria comunitaria, tribal, de vida primitiva. El pelo se teje sobre un objeto improbable: un tubo de alambre, un entramado de malla plástica, una tela pintada. Del otro lado, del lado del siempre probable horror, la piel humana le servía a los nazis para tapizar pantallas de lámparas, para filtrar la intensidad de la luz. Lo residual no tiene lugar fijo, no tiene territorio. Se diría que es una de sus características: no sólo su inoperatividad presente, su “no servir”. Se avecina entonces la necesidad de conciencia puntual –ya anunciada por el arte más radical de principios del siglo XX, como la experiencia objetual de Marcel Duchamp- del desplazamiento de los objetos descaracterizados en sus partes, de partes de los objetos. Es necesaria la conciencia de la migración de los objetos hacia lugares que les den –provisoriamente- albergue. Así, en Pelaje –el nombre de la muestra de Gabriela Gutiérrez parece fingir su propia genealogía: una pertenencia o, mejor, una proveniencia- un perro puede vaciarse en su piel, un manojo de pelo re-entramarse en un tubo o en una pequeña alambrada. La verdad de los objetos, no sólo la de los sujetos, sueñan el sueño de no estar sujetos. Todo señala afuera, no al aquí, al esto mismo que es el capital simbólico del arte. Todo señala afuera. Afuera como el lugar donde reside también lo que ya no está aquí, como el lugar donde habita lo que aquí se perdió de vista.






 

Eduardo Milán

 

  • pelaje005
  • pelaje058
  • pelaje113
  • pelaje116
  • pelaje117
  • pelaje119
  • pelaje120
  • pelaje121
  • pelaje122