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Es cierto que un artista al que conocí desapareció de su taller en la colonia Juárez. Es cierto también, que el día de su desaparición yo estaba con él, escuchábamos música caóticamente como la naturaleza de su propio taller: Giacinto Scelsi, John Cage, ora Heitor Villa-Lobos, ora Paco de Lucía. Todo transcurría en aparente alegría, charlando y bebiendo grappas en una atmósfera de humo de Delicados. Todo se desencadenó cuando llegó un crítico de arte que interrumpió nuestra conversación, su visita era inesperada e inoportuna, como suelen ser. Tal cual. Se adentró a la casa que data de la década de 1930 y que en los últimos años se ocupó de bastidores, telas, plotters, lápices, pinturas, papeles y objetos de todo tipo. A decir verdad, no sé si había más de aquello o ¡masking tape! Y CD`s, junto con MP3 de música. Hice un pequeño gesto de saludo al intruso, mientras se sentaba del otro lado del escritorio en una silla Van Beuren, que lo supe, porque el crítico resaltó su origen. Le comentó al artista el motivo de su visita: leerle un texto que había escrito de su obra, a lo cual me desatendí, levantándome y dirigiéndome a un recoveco de la casa, prendí el interruptor de luz; comencé a hurgar, abrirme camino y perderme entre tantos obstáculos, mientras a lo lejos escuchaba: “La exploración artística de Roberto Turnbull se inscribe en lo que apunta el filósofo francés Jean-Luc Nancy: “La composición de la obra no es una composición de partes, son también cada vez unos fugaces estados transitorios, breves escansiones de la propia composición combinándose y desplegándose, volviendo a desplegarse y prosiguiendo.” Lo que se despliega en la obra de Turnbull es su constante búsqueda de la belleza a partir de una poética que devela su sentido-verdad. Y es, precisamente, en la composición, donde podemos intuir ésa poética: la anulación del sentido del objeto, -ya sea este del objeto apropiado o el mismo objeto artístico último-, abstrayéndolos de su iconoesfera para posibilitar más un espacio sonoro que uno visual, como operación crítica. Si bien, las estructuras formales en sus obras: la línea, el círculo, el triángulo y demás figuras geométricas presentes nos pueden remitir directamente a una composición musical, donde cada color opera como una nota para generar un compás; el sentido sonoro no radica en esa formalidad, sino en la capacidad de la composición de la obra para “sostener” los estados transitorios que cada una de ella nos provocan a partir de activarse como versos que se recitan a sí mismos al contacto con nuestra subjetividad.” En cuanto terminó de leer el texto el crítico de arte, me reanimé en acompañarlos, sobre todo al artista, que seguramente estaría afectado por tales palabras. Regresé a donde estaban y únicamente encontré, al lado de una taza de café con moho, una nota escrita a mano por el artista: “El viejo estanque / una rana ha saltado / ¡plop! Octavio Avendaño Trujillo
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Roberto TURNBULL (México, D.F., 1959). Recibe premios de adquisición en 1992, 1998 y mención honorífica en 2006 en la Bienal Nacional Rufino Tamayo, y el premio Omnilife en Guadalajara en 1994. Ha realizado exposiciones individuales en las principales galerías y espacios del país: Museo de Arte Carrillo Gil (1985), Sala de Arte Público Siqueiros (1992), Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (1995), Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara (2000), Museo de Arte Moderno en la Ciudad de México (2000 y 2008). Ha formado parte de numerosas colectivas alrededor del mundo como en Estados Unidos, Japón, Noruega, Canadá, Colombia, Bélgica y Francia. En 1989 participa en diversas bienales como la Bienal de la Habana y la Bienal de Cuenca, Ecuador. Su obra se encuentra en importantes colecciones públicas y privadas del país y en el extranjero, entre otros en el MoMA de Nueva York. |
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